Genial. guru es una página que suelo leer ya que
publica muy buenos artículos. En esta oportunidad quiero compartir con ustedes
un post muy interesante que publicó recientemente de la experta en alimentación
saludable y terapeuta Olga Karchevskaya, quien explica por qué es tan
importante tratar a tus hijos con respeto y amarlos con un amor incondicional.
Lo que opina esta experta me conmovió
profundamente y si bien, como comenta el portal genial. guru, las conclusiones
de Olga pueden llegar a parecerle a algunos demasiado categóricas no dejan de tener un
alto grado de verdad.
El contenido del post es largo y les iba a
sugerir que lo leyeran en mi Fanpage en FB en donde lo publiqué completo, pero
decidí irlo copiando y pegando en comentarios para que pudieran leerlo de una
vez.
A continuación les transcribo el contenido
del artículo, ya ustedes se formarán su propia opinión al respecto.
"— Ayer en el metro mientras esperaba mi
tren, vi a una madre con un niño de 6 años. La mamá de manera monótona lo
estaba regañando por cualquier cosa. Lo hacía sin coraje, más bien por
costumbre. Se notaba que no era la primera vez y que tales conversaciones para
ellos eran muy comunes. Esto fue lo que escuché:
— Mamá, me duele el estómago...
— ¿Y quién tiene la culpa? Te dije que no
comieras tanto. No sabes comer con medida, mira como te hinchaste. Yo me comí
la porción adecuada, ¿y tú? ¿Para qué tragar tanto? ¡Mira tu pantalón! Te
ensuciaste como un puerco. Apenas ayer te lo lavé y ya está todo sucio.
Levántate, que ya llegó el tren. Oye, ¿y tus cosas? ¿Quién crees que las va a
cargar? ¡Agárralas! Siempre andas tan despistado...
El niño regresó, tomó sus pertenencias y
tristemente se dirigió al vagón. Al mirar esta escena, me sentí mal. Por dos
motivos. En primer lugar, cuando yo era niña, a mí me hablaban de la misma
manera. En segundo lugar, cuando estoy muy cansada o frustrada, me comporto así
con mi hijo también.
Tenía ganas de sentarme al lado del niño,
abrazarlo y decirle: «No le hagas caso, todo está bien contigo, sólo eres un
niño. Es normal que no sepas detenerte a la hora de comer, aún no tienes el
cerebro tan maduro para poder controlarlo, esto lo debe hacer tu mamá. Es
completamente normal que te ensucies la ropa. Y tampoco puedes acordarte de tus
cosas, menos ahora que ya casi es media noche y se te nota que estás cansado».
Quería agregarle algunas palabras de cariño que utilizaría con mi propio hijo.
Sin embargo, me senté en otro asiento del
vagón, cerré los ojos y sentí un nudo en la garganta. Escuché la voz de mi mamá
que me estaba regañando a cada rato. Las frases tan dolorosamente familiares:
«¿por qué siempre tienes que comportarte así?», «sabrá Dios qué será de ti
cuando crezcas», «nadie te va a querer si sigues así», etc.
Crecí y aprendí a defenderme. A nadie más le
permito hablarme de esa manera. Tuve que pasar por varios años de terapias para
aprenderlo. Tuve que restablecer las barreras completamente destruidas,
reconstruir mi arruinada autoestima, aceptarme a mí misma. Pero las voces en mi
cabeza siguen ahí. Y tan pronto me agoto un poco más de lo habitual, el casete
con esas voces se enciende en mi cabeza.
Ya soy madre también, vivo en el otro lado
del planeta, hay más de 8 mil kilómetros entre mi mamá y yo. Nos vemos muy de
vez en cuando y pocas veces hablamos por teléfono. Por teléfono ella ya
aprendió a guardar sus opiniones acerca de mis cualidades personales, laborales
y femeninas para sí misma. Incluso aprendió a enviarme un «te quiero, hija» en
sus mensajes de texto. Y eso que apenas hace unos años cuando me veía en un
programa de televisión donde me invitaban como nutrióloga, me preguntaba que
cuándo por fin me encontraría en un trabajo decente.
Si pruebo pasar con ella más de un día, las
imágenes traumáticas de mi infancia nuevamente cobran vida. Porque cuando ella
era niña, la trataban aún peor de lo que ella me trataba a mí. A mí sólo me da
un 2% de regaños y maltratos de lo que tuvo que sufrir ella por parte de mi
brutal abuela.
Toda mi infancia me repetía un mantra: «Om,
nunca hablaré ASÍ con mis hijos», pero cuando estoy enojada y agotada, no puedo
controlarme y de repente escucho cómo mi boca le avienta a mi hijo las frases
similares con entonaciones tan familiares para mí.
No culpo a mi mamá de las cosas que me decía
hace aproximadamente 30 años y de las cosas que nunca me decía («mi niña», «mi
princesita», «mi cielo», etc). Ya sentí en mi propia experiencia cuánto nos
afectan las palabras que escuchamos en nuestra infancia. Es como un programa de
computadora que no puedes cancelar tan fácilmente. No puedes instalar uno nuevo
porque primero tienes que desinstalar el viejo. Así que siento compasión por
ella y lamento que haya tenido que pasar por tanto maltrato verbal. También
compadezco a mi abuela, como es de suponer, a ella la trataban aún peor. Y si
miramos más atrás, encontramos más historias tristes que transcurrían en las
épocas difíciles de guerras, hambrunas y pobreza.
Sólo me queda amar a todas las mujeres de mi
familia que sobrevivían como podían, amar a mis antepasados cuya batuta le
estoy traspasando a mi hijo ahora. Sólo puedo amar incondicionalmente a mi hijo
y esperar que con él esta cadena de comportamiento se rompa.
Sólo puedo disculparme después de cada
escándalo (que gracias a Dios ya no son tan frecuentes) y explicar por qué
sucede así. Y decirle mil veces al día cuánto lo quiero. Abrazarlo, prometerle
cosas bonitas. Cuidar de él como un adulto debe cuidar a un niño: para que
aprenda a hacer lo mismo por sus hijos cuando él crezca. Estoy haciendo lo que
puedo.
Estoy haciendo todo para que las voces en su
cabeza le digan que tiene derecho a vivir. Que tiene derecho a amar y ser amado
por el simple hecho de haber nacido. Que no necesita hacer nada para merecer
estos derechos. Que es hermoso, inteligente, talentoso (lo cual es cierto), que
tiene un gran corazón y que cuando crezca será un verdadero hombre. Ya empieza
a comportarse como tal: me abre las puertas, no me deja cargar cosas pesadas, y
lo hace de manera intuitiva, porque yo no se lo enseñé.
Y cuánto más me esfuerzo por mi hijo, menos
fuerza tienen las voces en mi cabeza. Sí, siguen presentes, y tal vez siempre
estén ahí. Sin embargo, no siempre les hago caso, las percibo como el ruido de
carros detrás de las ventanas. El ser humano se acostumbra a todo. Ya no
procuro ganar el amor de nadie, sólo intento ser yo misma.
Entiendo bien que no es sólo mi historia.
Mucha gente tiene baja autoestima. Y hasta que modifiquen esto, no verán
cambios. No existirán elecciones justas, ni calles limpias. En lugar de esto
tendremos guerras con nuestros vecinos, robos y degradación.
No sé qué hacer con esto. Cómo ayudarle a la
gente a quitar esas voces de sus cabezas que les dicen que no sirven para nada.
Las voces que los obligan a embriagarse para bajar el volumen. O gritarles a
sus propios hijos y odiar a todo el mundo.
En mi opinión, cada quien debe empezar
consigo mismo. Deben acudir a especialistas, meditar, orar, hacer yoga, cada
quien elige lo que más le sirva.
Procura querer a tus hijos y a tus padres que
no son perfectos y a veces molestan. Cuando aprendas a hacerlo, aplica esto con
tus vecinos, compañeros del trabajo o gente desconocida. Cuando empiezas a
cambiarte a ti mismo, el deseo de cambiar a los demás se hace menos fuerte.
Cuando cada uno de nosotros empiece a
respetarse a sí mismo, respetar de verdad, entonces lo tendremos todo,
elecciones justas y calles limpias también".
Autor: Olga Karchevskaya
Foto de portada: The Spragues
Traducción y adaptación: Genial. guru