sábado, 30 de enero de 2016

La importancia de tratar a los niños con respeto

Genial. guru es una página que suelo leer ya que publica muy buenos artículos. En esta oportunidad quiero compartir con ustedes un post muy interesante que publicó recientemente de la experta en alimentación saludable y terapeuta Olga Karchevskaya, quien explica por qué es tan importante tratar a tus hijos con respeto y amarlos con un amor incondicional.
Lo que opina esta experta me conmovió profundamente y si bien, como comenta el portal genial. guru, las conclusiones de Olga pueden llegar a parecerle a algunos demasiado categóricas no dejan de tener un alto grado de verdad.
El contenido del post es largo y les iba a sugerir que lo leyeran en mi Fanpage en FB en donde lo publiqué completo, pero decidí irlo copiando y pegando en comentarios para que pudieran leerlo de una vez.
A continuación les transcribo el contenido del artículo, ya ustedes se formarán su propia opinión al respecto.
"— Ayer en el metro mientras esperaba mi tren, vi a una madre con un niño de 6 años. La mamá de manera monótona lo estaba regañando por cualquier cosa. Lo hacía sin coraje, más bien por costumbre. Se notaba que no era la primera vez y que tales conversaciones para ellos eran muy comunes. Esto fue lo que escuché:
— Mamá, me duele el estómago...
— ¿Y quién tiene la culpa? Te dije que no comieras tanto. No sabes comer con medida, mira como te hinchaste. Yo me comí la porción adecuada, ¿y tú? ¿Para qué tragar tanto? ¡Mira tu pantalón! Te ensuciaste como un puerco. Apenas ayer te lo lavé y ya está todo sucio. Levántate, que ya llegó el tren. Oye, ¿y tus cosas? ¿Quién crees que las va a cargar? ¡Agárralas! Siempre andas tan despistado...
El niño regresó, tomó sus pertenencias y tristemente se dirigió al vagón. Al mirar esta escena, me sentí mal. Por dos motivos. En primer lugar, cuando yo era niña, a mí me hablaban de la misma manera. En segundo lugar, cuando estoy muy cansada o frustrada, me comporto así con mi hijo también.
Tenía ganas de sentarme al lado del niño, abrazarlo y decirle: «No le hagas caso, todo está bien contigo, sólo eres un niño. Es normal que no sepas detenerte a la hora de comer, aún no tienes el cerebro tan maduro para poder controlarlo, esto lo debe hacer tu mamá. Es completamente normal que te ensucies la ropa. Y tampoco puedes acordarte de tus cosas, menos ahora que ya casi es media noche y se te nota que estás cansado». Quería agregarle algunas palabras de cariño que utilizaría con mi propio hijo.
Sin embargo, me senté en otro asiento del vagón, cerré los ojos y sentí un nudo en la garganta. Escuché la voz de mi mamá que me estaba regañando a cada rato. Las frases tan dolorosamente familiares: «¿por qué siempre tienes que comportarte así?», «sabrá Dios qué será de ti cuando crezcas», «nadie te va a querer si sigues así», etc.
Crecí y aprendí a defenderme. A nadie más le permito hablarme de esa manera. Tuve que pasar por varios años de terapias para aprenderlo. Tuve que restablecer las barreras completamente destruidas, reconstruir mi arruinada autoestima, aceptarme a mí misma. Pero las voces en mi cabeza siguen ahí. Y tan pronto me agoto un poco más de lo habitual, el casete con esas voces se enciende en mi cabeza.
Ya soy madre también, vivo en el otro lado del planeta, hay más de 8 mil kilómetros entre mi mamá y yo. Nos vemos muy de vez en cuando y pocas veces hablamos por teléfono. Por teléfono ella ya aprendió a guardar sus opiniones acerca de mis cualidades personales, laborales y femeninas para sí misma. Incluso aprendió a enviarme un «te quiero, hija» en sus mensajes de texto. Y eso que apenas hace unos años cuando me veía en un programa de televisión donde me invitaban como nutrióloga, me preguntaba que cuándo por fin me encontraría en un trabajo decente.
Si pruebo pasar con ella más de un día, las imágenes traumáticas de mi infancia nuevamente cobran vida. Porque cuando ella era niña, la trataban aún peor de lo que ella me trataba a mí. A mí sólo me da un 2% de regaños y maltratos de lo que tuvo que sufrir ella por parte de mi brutal abuela.
Toda mi infancia me repetía un mantra: «Om, nunca hablaré ASÍ con mis hijos», pero cuando estoy enojada y agotada, no puedo controlarme y de repente escucho cómo mi boca le avienta a mi hijo las frases similares con entonaciones tan familiares para mí.
No culpo a mi mamá de las cosas que me decía hace aproximadamente 30 años y de las cosas que nunca me decía («mi niña», «mi princesita», «mi cielo», etc). Ya sentí en mi propia experiencia cuánto nos afectan las palabras que escuchamos en nuestra infancia. Es como un programa de computadora que no puedes cancelar tan fácilmente. No puedes instalar uno nuevo porque primero tienes que desinstalar el viejo. Así que siento compasión por ella y lamento que haya tenido que pasar por tanto maltrato verbal. También compadezco a mi abuela, como es de suponer, a ella la trataban aún peor. Y si miramos más atrás, encontramos más historias tristes que transcurrían en las épocas difíciles de guerras, hambrunas y pobreza.
Sólo me queda amar a todas las mujeres de mi familia que sobrevivían como podían, amar a mis antepasados cuya batuta le estoy traspasando a mi hijo ahora. Sólo puedo amar incondicionalmente a mi hijo y esperar que con él esta cadena de comportamiento se rompa.
Sólo puedo disculparme después de cada escándalo (que gracias a Dios ya no son tan frecuentes) y explicar por qué sucede así. Y decirle mil veces al día cuánto lo quiero. Abrazarlo, prometerle cosas bonitas. Cuidar de él como un adulto debe cuidar a un niño: para que aprenda a hacer lo mismo por sus hijos cuando él crezca. Estoy haciendo lo que puedo.
Estoy haciendo todo para que las voces en su cabeza le digan que tiene derecho a vivir. Que tiene derecho a amar y ser amado por el simple hecho de haber nacido. Que no necesita hacer nada para merecer estos derechos. Que es hermoso, inteligente, talentoso (lo cual es cierto), que tiene un gran corazón y que cuando crezca será un verdadero hombre. Ya empieza a comportarse como tal: me abre las puertas, no me deja cargar cosas pesadas, y lo hace de manera intuitiva, porque yo no se lo enseñé.
Y cuánto más me esfuerzo por mi hijo, menos fuerza tienen las voces en mi cabeza. Sí, siguen presentes, y tal vez siempre estén ahí. Sin embargo, no siempre les hago caso, las percibo como el ruido de carros detrás de las ventanas. El ser humano se acostumbra a todo. Ya no procuro ganar el amor de nadie, sólo intento ser yo misma.
Entiendo bien que no es sólo mi historia. Mucha gente tiene baja autoestima. Y hasta que modifiquen esto, no verán cambios. No existirán elecciones justas, ni calles limpias. En lugar de esto tendremos guerras con nuestros vecinos, robos y degradación.
No sé qué hacer con esto. Cómo ayudarle a la gente a quitar esas voces de sus cabezas que les dicen que no sirven para nada. Las voces que los obligan a embriagarse para bajar el volumen. O gritarles a sus propios hijos y odiar a todo el mundo.
En mi opinión, cada quien debe empezar consigo mismo. Deben acudir a especialistas, meditar, orar, hacer yoga, cada quien elige lo que más le sirva.
Procura querer a tus hijos y a tus padres que no son perfectos y a veces molestan. Cuando aprendas a hacerlo, aplica esto con tus vecinos, compañeros del trabajo o gente desconocida. Cuando empiezas a cambiarte a ti mismo, el deseo de cambiar a los demás se hace menos fuerte.
Cuando cada uno de nosotros empiece a respetarse a sí mismo, respetar de verdad, entonces lo tendremos todo, elecciones justas y calles limpias también".
Autor: Olga Karchevskaya
Foto de portada: The Spragues

Traducción y adaptación: Genial. guru

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